jueves, 1 de noviembre de 2007

Y todo alrededor era



Y todo alrededor era un círculo gigante, un calor en la panza, un enlazar los dedos fuerte fuerte. Como una gran voz amenazante, un gran dedo que me señalaba, que invariablemente me mandaba al rincón. Me recuerdo caliente, acechada, la mentira se asomaba en los cachetes rojos, asfixiados, tan como culpables. La señorita me mira y me pregunta si todo está bien, le contesto dura que sí, que no hay problema. ¡Pero tan dura, tan rojo, tanto calor! Una revelación de todas las golosinas del quiosko no fue suficiente para evadir, para cerrar mis ojos. Me toqué la nariz por las dudas, aparentemente todo estaba en orden. La señorita se me queda mirando como alucinada, y todos mis compañeros alrededor forman una ronda redonda, un gran yo que me pone en penitencia acuosa, que resalta el contraste friocaliente de las lágrimas en mis cachetes turbados. Yo era pura gota, puro líquido caliente, y las piernas, las piernas, el tiempo pasaba aguado, segundos hechos de gotas y un chapoteo hirviendo adentro. Incluso abrazar todos los ositos que dormían conmigo no me alcanzaba, no traía la redención. Evidentemente, el cielo no era lo mío. La señorita sigue sin creerme, y las risas salen de los demás chicos como payasos novatos en primer plano, así bien rojos y macabros. Todo era una masa distante y amorfa, lujuriosa, escalofriantemente articulada, una estufa en las orejas. Mi cara rígida en la mudez, en un no-habla tan primitivo, tan de la piel como un chupetín recién comprado que se cae en la arena. En una ráfaga de lucidez recuerdo el cuaderno de comunicaciones. Debe ser eliminado. De pronto miro a la seño y todo se diluye, se deshace. Ella entiende, me doy cuenta. Por lo rojo, por el calor, por no saber jugarme a las escondidas, por la fuerza al evitar llevarme las manos a la cara. Y era tan simple todo al final, una cuestión de recreo, de pasearme invisible por el aula, una cuestión de papel higiénico, lavarse las manos y pantalón mojado. De pronto quedé libre de toda traición, de todo velo, de toda piedra en la panza. ¡Era tan bueno todo! ¡Y todos! ¡La seño! ¡Qué buena la seño! Ella me lleva al baño y todo vuelve a ser como antes. Una historia de merienda, una historia a mamá. Suspiré aliviada y me volví a tocar la nariz. Me sequé las manos en el delantal y me senté camuflada. De modo caótico, medio desarticulado, medio naranja-fuego, pero finalmente quedaba redimida.

BELÉN GARAY




1 comentario:

Unknown dijo...

una historia de merienda!

hermosooo!!!